El centre

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El Unicornio Blanco


Yolanda es una adolescente autista sin vínculos emocionales y con una marcada conducta autodestructiva. Nada parece estimular el cambio en su comportamiento hasta que conoce a Flecha, un caballo al que cuidará y con el que se vinculará de manera positiva. Yolanda es un ejemplo de cómo el contacto con animales pide ser de gran ayuda en las terapias de muchos pacientes.

En un texto védico contado por el escritor Kenneth White, puede encontrarse esta vieja fórmula “ La primera de todas las enseñanzas consiste en meditar sin fin sobre el pájaro”
El caso informado por el doctor Ange Condoret, en 1963, sobre una niña autista de seis años de edad, muda y asocial, Betsabé, que empezó a hacer progresos desde el momento en que una paloma en vuelo captara su atención, propone un significado pleno a la pedagogía del texto hindú.

Yolanda: la niña ausente
Con Yolanda, nuestra paciente, igual que con Betsabé, habían fracasado todos los esfuerzos de sus terapeutas y maestros. Cuando la conocimos tenía trece años. Mantenía un nivel de autonomía aceptable en las habilidades básicas de la vida cotidiana. No poseía lenguaje verbal. Regulaba sus necesidades y sus deseos inmediatos mediante una grave conducta autoagresiva, golpeándose la frente contra cualquier superficie o con sus propias manos fuertemente unidas en un puño, ante la más mínima frustración cambio o estimulo ambiental imprevisto.
Cuando estaba contenta emitía un sonido gutural, parecido a un ronquido, que repetía varias veces, para luego ponerse a correr en círculos concéntricos hasta caer agotada. Podía pasar mucho tiempo observando incansablemente un trocito de cartón en sus manos mientras se balanceaba sentada en el suelo de rodillas. De hecho, esta era su posición preferida.
No establecía ningún contacto físico espontáneo y tampoco jugaba con los demás niños. Solo con Marina, su monitoria, tenía un vínculo diferenciado. A excepción de la frente, deformada por el hematoma crónico, tenía aspecto de una adolescente totalmente normal. Estábamos convencidos de su capacidad de aprendizaje y de observación, sólo que la grave conducta autoagresiva no nos daba treguas.


La niña que conectaba con los caballos
Temimos que la primera sesión con los caballos fuera un desastre. Sin embargo, casi inmediatamente, Yolanda mostró un gran interés y una habilidad extraordinaria en cada una de las tareas de aproximación. Les daba de comer, los cepillaba o los llevaba del ramal como si lo hubiera hecho siempre. Disfrutaba de todas las tareas.
En seguida manifestó su deseo de montar y fue entonces cuando reapareció la conducta agresiva. Observamos que cuando el caballo se paraba, Yolanda comenzaba a golpearse fuertemente contra la cabeza del animal. Empezamos a moldear la acción, de manera que el caballo solo caminaría, llevado del ramal por el terapeuta, si Yolanda dejaba de golpearse y acertaba con dar un par de suaves palmadas en el molo del animal.
En cada ocasión que esto ocurría repetíamos la consigna “anda caballo”.
La secuencia, con el paso de las sesiones fue independizando de l acción del terapeuta y Yolanda alcanzó una gran destreza. Desde el primer día manifestó una afinidad casi exclusiva por Flecha, un hermoso caballo blanco. Su abuela materna nos comento que, siendo Yolanda muy pequeña, le colgó un cuadro en su habitación; una niña dormida a los pies de un unicornio blanco.
No cabe duda de que Flecha era el unicornio que habitaba la infancia de Yolanda.

Carlos Ranera
Medico Psiquiatra
Mente-Sana