Basándose en investigaciones que demuestran las ventajas de salir al campo para la salud, el autor americano Richard Louv, en su conocido libro “The last child in the woods” (El último niño en los bosques), acuña el término “Trastorno por déficit de naturaleza”. Con él agrupa un conjunto de dolencias como la depresión, el estrés, el déficit de atención-hiperactividad o la ansiedad, cuya causa común podría ser la falta de contacto con el medio natural. Su intención no es emplearlo como una categoría diagnóstica, en un sentido científico o clínico, sino más bien formular una hipótesis que puede ayudarnos a comprender las dificultades de los niños de hoy.
El
TDHA (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), por ejemplo, que
muchos especialistas consideran un desorden orgánico asociado a deficiencias en
la morfología del cerebro infantil y que, curiosamente, afecta principalmente a
los varones (un 90%), se ha relacionado en repetidas ocasiones con demasiadas
horas frente al televisor y
responde muy positivamente a terapias con la naturaleza. A la inversa, es
probable que sus síntomas se agraven por esa carencia.
Pero para Louv, la TV es
tan sólo una pequeña parte de las rápidas transformaciones que ha conocido
nuestra forma de vida, en los últimos 40 años, y cuyo resultado es el paso de
una sociedad rural a otra altamente urbanizada. Algunos expertos, entrevistados
por este periodista americano, consideran que, neurológicamente, el cerebro
humano no está preparado para procesar el exceso de estimulación que implican
estos cambios; y, aunque es un órgano extremadamente fuerte y flexible, y un
alto porcentaje de los niños suelen adaptarse correctamente, muchos de ellos no
lo consiguen
Los
seres humanos en general, grandes y pequeños, tenemos una necesidad innata de contacto con el mundo
natural. Madres, padres y educadores debíamos asumir que, al menos, tanto
como afecto, buena nutrición y un sueño adecuado, los niños necesitan mantener
una relación con la tierra.
Contribuir
a reducir el déficit de naturaleza, a sanar la alienación infantil respecto al
medio ambiente, es nuestro interés no solo por razones románticas, estéticas o
de justicia, sino porque de ello depende la salud mental, física y espiritual de
nuestra especie y del planeta en su conjunto. La forma en que los jóvenes
aprendan a amar y respetar la tierra, la manera en que eduquen sobre ello a sus
propios hijos, va a determinar las condiciones en que evolucionará, en los
próximos años, la vida en nuestras ciudades y hogares.
El
déficit de naturaleza describe los costes humanos de nuestra alienación del
mundo natural, entre los que figuran la devaluación de los sentidos,
dificultades de atención y elevados índices de enfermedad física y emocional.
Un trastorno que puede detectarse a nivel de los individuos, las familias y las
comunidades
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