La mejor manera de tratarnos es no tenernos compasión
Albert Llovera, corredor del Mundial de rally, subcampeón de España 2008 y 2009
Tengo 44 años. Soy andorrano pero me tiro 250 días fuera de casa. Estoy separado y tengo una hija, Cristina (14). Tengo una tienda de ortopedia que no asusta. Creo que los políticos deberían ser más profesionales, cada uno barre para sí mismo. Soy católico no practicante.
Nunca me he puesto límites, parte de mi felicidad radica en ello.
Expulsado del colegio.
Era un poco gamberro, me echaron de tres. Cuando estaba interno me escapaba desde el quinto piso por el cable del pararrayos. Me lo pasaba tan bien que volvía a subir para repetir.
Era el niñato del equipo español de esquí, el que recibía todas las novatadas.
Espabilé. Ponerme en pelotas en el ascensor y enviarme a la recepción me lo hicieron varias veces, ja, ja, ja. Pero ganaba en pista.
¿Se despistó aquel juez?
Se metió en la pista, debió de pensar que era un buen momento para estirar las piernas. Yo tenía 18 años, era un descenso de la copa de Europa en Yugoslavia, bajaba a 108 km por hora. Lo suyo no fue grave, pero como yo estaba en coma y él gritaba, el helicóptero se lo llevó a él. Me tocó, y me tocó.
Hizo un periplo por varios hospitales.
No me querían en ningún sitio. En mi cuarto hospital yugoslavo estuve sobre una mesa, temblando de frío, un día y medio junto a cinco personas, dos de ellas ya cadáveres. Recuerdo que les pedía agua a las enfermeras en todos los idiomas y ni se volvían, así que pensé que yo también estaba muerto.
Parálisis de pecho para abajo.
No tengo ni abdominales. Intentas explotar lo que tienes, conoces y asumes tus limitaciones y a partir de ahí creas tus objetivos e ilusiones. Mi discapacidad es de lujo.
¿...?
De pecho para arriba funciono. Soy totalmente autónomo: vivo solo, viajo... El cambio me cogió en buen momento, quería tirar para delante y me ayudó seguir haciendo con mis amigos la misma vida de siempre, siendo uno más, no el minusválido.
¿Sin depresión?
Lo primero que piensas es que se te ha acabado la vida; yo tengo la médula tocada, ni siento ni controlo de pecho para abajo, pero, lo tomes como lo tomes, las cosas no van a cambiar. No es fácil, pero no vale la pena obsesionarse con lo que fuiste, prefiero mejorar día a día lo que soy ahora.
¿Cómo le gusta que le traten?
Sin compasión. Yo no siento ningún tipo de lástima hacia mí mismo. Detecto cuándo la gente no se atreve a preguntar o piensa que lo estoy pasando mal. Para mear llevo una bolsa en una pierna y para tener relaciones he tenido que reeducarme. Tenía erecciones sin control y no eyaculaba, ahora tengo cierto control y eyaculo. Esos logros y no el Viagra son los que te ayudan, y mucho.
Cuénteme.
Esos fármacos te lo ponen mucho más fácil, pero te impiden aprender a identificar qué es lo que te motiva. A los chavales les explico que si tienen paciencia tendrán nuevas sensaciones. A mí se me pone la piel la gallina, cuando eyaculo se me mueven las piernas y los orgasmos son mucho más largos. Estamos hablando de temas tabúes pero que la gente se pregunta nada más mirarte, y creo que es bueno que se sepa.
¿No se ha puesto demasiados retos?
El primer sorprendido de hasta dónde he llegado soy yo: quién me iba a decir que conduciendo con las manos iba a ser subcampeón de España de rallies de tierras, que me ficharían para ir al Mundial y que encima haría siete carreras y puntuaría en cinco. Eso me lo dicen hace veinte años y a lo mejor hubiera firmado por estar en esta silla.
¿Por qué le dio por correr?
Hacía muchos kilómetros porque mi madre me mandaba de curandero en curandero, que no me sirvieron para nada aparte de para practicar la conducción.
Y se planteó competir.
Sí, pero como iba en silla de ruedas, no me dejaban. Durante año y medio fui mañana y tarde a la federación a insistir en lo mío. Creo que me dieron la licencia por pesado, y el primer año ya gané el campeonato.
Da usted conferencias, ¿qué cuenta?
Que vivía de mis piernas, que pasé de ser un esquiador a no ser nada, y que gracias al equipo, mi familia y mis amigos recuperé la alegría. Siempre que subo a un podio, mi equipo sube, literalmente, conmigo.
¿Qué más?
A menudo tenemos problemas chorras, y el cúmulo de chorradas te obstruye. Elimínalas. Hay que enfrentarse a las contrariedades sabiendo que nadie tiene que luchar por ti. No hay nada más triste que pensar “si lo hubiera intentado de veras...”. La vida siempre nos ofrece nuevas ilusiones y objetivos, pero hay que bregar para conseguirlos.
¿Qué merece la pena en la vida?
Estamos aquí de casualidad, aprovechemos esa suerte. Disfruta e intenta compartir y hacer felices a los demás, porque eso es lo que te llevarás y lo que dejarás.
La contrariedad nos vuelve hoscos...
Al principio te mosqueas con tu entorno por todo. Piensa: si no te conviertes en alguien deprimente, estarán a tu lado porque les apetece, no por compasión.
...
Aunque llores cada día –y yo he tenido mis noches de llanto–, nada va a cambiar, tómatelo lo mejor posible porque eso es lo que te ayudará. A la monotonía hay que brindarle tentaciones; si disfrutas internamente, la parte externa se vuelve como tú.
No todo el mundo tiene su fortaleza.
En el hospital miraba al techo: “¡Tío!, ¿pero por qué me ha tocado a mí?”... Luego ves que ahí no se termina el mundo: sal y cómetelo, al menos un trocito. Hay para todos.
La contra de la Vanguardia 09/02/11
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