Fragmentos
La vida nos pone túneles para que despertemos nuestro ser esencial y forjemos nuestro poder personal, nuestra libertad. Son el abono oscuro del que más tarde surgirán los frutos.
Y además, sólo podemos desempeñarnos como psicoterapeutas si antes hemos previamente pasado por nuestros infiernos, conocido los laberintos donde el alma adquiere la sabiduría. Para subir, primero hay que bajar. Esto ha sido siempre así, y siempre lo será. La compresión está encerrada en el corazón de nuestro dolor, de nuestras contradicciones y frustraciones, de nuestros abismos; y una vez que llegamos al fondo, el alma cede y se entrega. Entonces brota la llama mágica del saber, de la fuerza, de la experiencia que jamás se borra porque no es del tiempo.
A Isabel le entregaron a Margarita, una yegua dócil pero en pleno proceso de duelo por haber perdido a su potrillo. La primera vez que la acarició, que se acariaron, Isabel reconoció algo de ella misma en esos ojos un tanto tristes, metidos dentro de sí. Ella también echaba de menos a sus hijos, allá en Madrid, pero la vida a veces, te exige que avances por selvas profundas y caminos laberínticos si quieres llegar a tu objetivo. Poco a poco ambas almas se fueron acercando. Isabel ya sabía como aproximarse a un caballo, o cómo dejar que este se aproxime a ti. Primero se rozaron, gustándose mútuamente. Había un espacio de duelo, de pasado reciente que compartían. Surgió una unión que a la vez fue un espejo mútuo, con calor recíproco. Se dedicaron durante dias a jugar con los pájaros, las llamas, los perros, a pasear...
Charlaban mucho en silencio..En silencio Margarita le preguntaba por Madrid, y en silencio Isabel le explicaba momentos de su vida, le describía espacios, personas. Margarita le hablaba de su potro, y de lo bien que estaba en aquella finca, tan libre tan respetada, con tantos animales. Es estas conversaciones había mucha meditación, pues los animales hablan a través de un silencio denso y dorado, lleno de relieves, valles y montañas, grutas planicies, desiertos y selvas.
Con Margarita, Isabel recupero plenamente su inmovilidad, abrazó su quietud. El primer paso para recueperar nuestro centro es abrazar nuestra quietud, saber ver pasar las tormentas sin sentirlas, contemplar la inmensa belleza del relámpago, disfrutar del sonido de los truenos. En la quietud llegamos al epicentro de nuestro espacio, y por puro magnetismo, despierta entonces nuestra voluntad, Los animales si dialogas con ellos y te quedas mucho tiempo en sus silencios, acaban por explicarte la quietud. Y Margarita la llevaba todos los días a los prados más tranquilos, a los espacios más serenos donde las dos se conocían mejor y charlaban más a gusto. En silencio. Los pájaros adoraban el aire, sus notas parecía que quedaban colgadas de la nada. El sol sonreía, un sol espléndido que alimentaba los bosques....
Cabalgando en el viento
Santiago García Rey
Editorial Luciérnaga
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